Soledad
Pucheta.
"Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social y que la educación será su órgano maestro. Una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar, quiénes somos en una sociedad que se quiere a sí misma. Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra la segunda oportunidad sobre la tierra. Por el país prospero que soñamos al alcance de los niños"
Gabriel García Márquez
Sin dudas la evolución del
Docente tiene una historia que contar, el oficio del maestro y el peso de la
historia está presente no sólo en las dimensiones materiales del sistema
educativo (los edificios, las aulas, los textos escolares, etc.) sino también en los agentes, es decir en las
mentalidades de los maestros, sus identidades y sus prácticas.
Es obvio que los maestros de
hoy son distintos a los de ayer, sin embargo, parte de ese pasado fundacional
está presente en la conciencia reflexiva de los docentes de hoy. Es un
legado, una herencia que se adopta.
Por este motivo es
imprescindible recordar el pasado para captar que hay de nuevo en el oficio de
enseñar y para eso, se debe conocer los momentos fuertes de su
trayectoria en el tiempo.
Cuenta la historia, que el
país carecía de maestros, Domingo Faustino Sarmiento en su presidencia, crea
las “Escuelas Normales” para formarlos.
Se contrataron 65 maestras
norteamericanas, para difundir la instrucción pública. ¿Por qué vienen estas
mujeres?...sencillamente el país tenía un proyecto, con el cual no sólo se
convocaban maestras, sino que también a inmigrantes.
De esta manera la educación
primaria pasó a ser una especialidad y la mujer estuvo a cargo de esa labor.
Entre estas brillantes
docentes se encontraba Isabel King y Clara Armstrong, maestras que impartían
diferentes oficios en la escuela (regente, vicedirectora, docente de varias
materias, excursiones escolares, clases de higiene personal, etc.)
Estas conocían todos sus
grados, la escuela era su vida y poseían un componente de “entrega” de sí, de
donación que penetro profundamente en el espíritu del normalismo argentino. Un
ideal heroico, un trascendentalismo. Para la formación académica de los futuros
maestros.
Cabe destacar que el
Normalismo marcó un hito en la cultura argentina y dio a los Maestros formados
en él, un sello inconfundible, “una manera de ser”, “de pensar”, “de sentir”,
“de actuar” y “de vivir”.
La imagen que se fue
conformando a través de esta regulación creciente fue la de una personalidad
sin fisuras, representante del Estado o la República, encargado de una misión
superior a la que debía abocar todas sus fuerzas.
Probablemente lo más sabido
sobre la educación de las primeras décadas del siglo XX es que apuntó a un
nacionalismo que la cultura escolar se encargó de codificar. La enseñanza
de la historia patria se fue instalando progresivamente y en torno al Centenario se comenzaron a establecer
rituales nacionales claramente dirigidos al trabajo de la escuela. En realidad
fue en los años treinta y cuarenta que los docentes hicieron de la formación
nacional la principal razón de su práctica cuando los artefactos vincularon el
día a día de la escuela con contenidos, liturgias, símbolos nacionales. De
hecho, los contenidos patrios se fueron imponiendo en detrimento de la
educación moral o de la educación del carácter, tal como solía entendérsela
anteriormente.
Así, los docentes se
convirtieron en hacedores de una gran acción simbólica, imbricando de un modo
magistral acción, pensamiento y emocionalidad. Esto implicó nuevas acciones y
significados en la cultura escolar, ofreciendo además nuevos marcos de
expectación.
En síntesis, mientras el
Estado promovía la cultura nacional, los docentes inventaban su propio código
cultural para metabolizarla…
Desde antes que mediara el
siglo XX muchos docentes fueron pactando cambios en la educación bajo el
supuesto de que si cambiaban los vínculos hacia adentro de la escuela también
cambiarían afuera.
Por tanto, diferenciándose
de docentes rutinarios, proponían y ofrecían la realización de
transformaciones en aulas impregnadas de pedagogía tradicional, a la vez que se
reconocían con inteligencia y capacidad para introducir contenidos y modos
novedosos de enseñar.
La generación de ese clima
de necesidad de mudanzas y transformaciones se expresó en el interrogante entre
los docentes sobre qué preservar y qué modificar. Así, algunos alentaron un
tipo de trabajo diferente en el aula buscando muchas veces en la didáctica un
hechizo que les permitiera concretar la ilusión.
Cuando hablamos
del siglo XXI, inmediatamente nos vienen a la mente ideas como tecnología,
Internet, racionalidad científica, la sociedad del conocimiento, entre otros, y
otra realidad asociada a ello, es que están cambiando a un ritmo sin
precedentes.
Es entonces
cuando nos encontramos con más que una corriente de pensamiento... nos
encontramos con una realidad: la brecha que existe entre el profesional del
siglo XXI y la escuela de hoy. Cada
docente se encuentra en el aula con miembros de la sociedad civil: niños y jóvenes que ven la realidad desde la
velocidad de lo cibernético, la angustia del
desempleo (que se vive en la familia o en la calle) y la necesidad de resolver
problemas reales. Es urgente pasar de transmisor, el-que-todo-lo-sabe, a
formador, el-que-acompaña, en lo cotidiano.
Para enfrentar los factores
adversos de la globalización y aprovechar sus beneficios, es necesario avanzar
a su ritmo en los cambios que la educación requiere. Se trata de brindar lo
mejor como factor de equidad, testimonio de posibilidad y esperanza para quien
menos tiene, impulso para reconocernos iguales y con necesidad del otro. El
análisis del rol de los docentes en este momento de profundos cambios sociales,
pone de manifiesto la enorme complejidad de los problemas… Es necesaria la
reflexión permanente y sistemática para poder visualizar los problemas y sus
caminos de solución, pero por sobre todo es necesario aquel espíritu que nos
permita rescatar una realización humana, según su propia dignidad y el
compromiso con los demás, frente a un sistema educativo extraviado, nuestro
llamado tendría que ser el siguiente: “rescatar al ser humano que está
detrás de cada alumno, de cada docente y devolverle el control soberano sobre
su existencia…”