Prof. Laura Susana Gilles
“La pretensión docente de lograr la homogeneidad de los sujetos educativos podría generar incapacidad de trabajar con jóvenes cuyos rasgos particulares los apartan de los parámetros escolares esperados”.
Es frecuente en los docentes una sensación de impotencia ante la falta
de herramientas para proceder a vincularnos en las instituciones educativas con
alumnos que se sustraen a las normas escolares, corriéndose el riesgo de
expulsar del sistema a quienes concebimos como ajenos al mismo, cuyas conductas
podrían perturbar el orden establecido y hacer tambalear nuestras propias
estructuras de pensamiento y acción.
El malestar docente podría traducirse en la sensación de no estar lo
suficientemente preparados para desempeñar la tarea para la que fuimos
formados. Se ponen en juego cuestiones relativas a los mandatos sociales
dirigidos a la escuela en relación al tipo de sujeto que la misma debe generar
y cuestionamientos a los fundamentos de la propia labor docente.
Pareciera que el trabajo docente se desarrolla en un espacio
desprovisto de sentidos, la tarea ha devenido en reproducción de conceptos vacíos
de significado en una institución desvalorizada socialmente y concebida por los
estudiantes como un espacio de encuentro con sus pares y como un trayecto obligado cuya única
finalidad es la de proporcionar un título que más tarde intercambiarán por trabajo.
Más que certezas la situación actual genera múltiples interrogantes:
¿qué se espera de los docentes?, ¿cuál es la raíz del descontento, de la
crítica social a la educación?, ¿qué tipo de sujeto egresa de las instituciones
educativas?
Muchas son las cuestiones que emergen pero la reflexión se inclina
sobre el tipo de sujeto que en la escuela se pretende formar y las acciones que
debería llevar a cabo el docente para librarse de pretensiones homogeneizadoras
y trabajar con alumnos diferentes sin convertir su trayecto educativo en una
experiencia de frustración y fracaso.
Se piensa el
trabajo en la escuela con un ideal de alumno que no existe, los jóvenes hoy
presentan otras demandas que no sabemos o no queremos interpretar y por lo
tanto quedan sin respuestas. Los padres envían a sus hijos a la escuela para
que culminen con la escolaridad, para que tengan otras oportunidades en la
vida, hay jóvenes que asisten para obtener el título pero conciben la misma
como una especie de tránsito que se torna una complicación y que se vive con
bastante frustración. Las instituciones educativas están gobernadas por una
determinada “forma escolar”* (particular organización de la escuela que
permanece en el tiempo pese a las transformaciones políticas, económicas y sociales),
cuya pretensión es la de homogeneizar, concebir cuerpos sociales igualitarios,
a la que los alumnos con frecuencia se sustraen. Los adultos no sabemos como actuar con los alumnos que escapan de la
lógica homogeneizadora y perpetuamos
prácticas vacías de significado.
Tal vez los docentes permanecemos sujetos al
mandato sarmientino y no concebimos el trabajo con chicos diferentes al modelo
de alumno pasivo, obediente, susceptible de encajar en un sistema estructurado
y de insertarse en una sociedad luego de haber transitado por estudios
superiores.
Situaciones como esta interrogan la idea de
sujeto que queremos formar en las instituciones educativas, los docentes
tenemos una representación de alumno que no coincide con los reales y en
ocasiones, en vez de crear espacios de encuentro, sancionamos y excluimos.
¿Hay lugar para lo singular en la escuela? ¿Existe la posibilidad de
que los sujetos expresen sus particularidades sin reprimir éstas a la forma
escolar?
La educación (sistematización de la enseñanza en
Argentina) tuvo como propósito homogeneizar una gran masa de inmigrantes de la
más diversa procedencia cultural. Para ellos se implementó un discurso dual
“civilización o barbarie” y dispositivos normalizadores cuya finalidad era la
de fundir las diversas subjetividades en una, la del sujeto escolarizado,
futuro ciudadano de una nación en desarrollo. Parecía existir cierta coherencia
entre las demandas sociales, las políticas educativas y el trabajo docente,
reinaba el optimismo pedagógico, se concebía la educación como una vía de
ascenso social y se respetaban los valores, rituales y simbolismos escolares.
No se quiere formular ninguna mirada nostálgica hacia
ese pasado sino resaltar que las condiciones actuales no son las mismas, no
hablamos de los mismos jóvenes, estamos ante otros docentes, ubicados en un
contexto en vertiginosos cambios a los que la escuela debe adaptarse sin perder
la particularidad de su función.
Es decir que ante el surgimiento de nuevas
subjetividades, ante los cambios sociales, ante los nuevos vínculos entre los
sujetos (comunicación, relaciones de autoridad, posición ante el saber) la
escuela ha permanecido impermeable a dichas transformaciones y configura
modalidades de aprendizaje, de relación, de constitución subjetiva que no
parecen corresponderse con las que la sociedad demanda hoy.
La lógica en que se ha fundado la forma escolar y en la que fuimos
formados como docentes no permite el afloramiento de las particularidades
subjetivas, por lo que sería necesario revertir este pensamiento que condiciona
nuestro accionar. Dicha tarea no es
fácil, pero si posible imaginar otros espacios en donde los sujetos
encuentren vías de realización y expresión.
¿Podremos los docentes generar instancias de encuentro y promoción de las
nuevas subjetividades y posibilitar que la escuela cumpla con su cometido de
incorporar a las mismas al mundo cultural? ¿Seremos capaces de trabajar con
esos sujetos encauzando particularidades hacia fines culturalmente aceptados
que acarreen la mínima cuota de malestar?
La respuestas a estos interrogantes pasan por la reflexión y el
propósito de iniciar el trabajo con otros, con los pares docentes, con los
alumnos, sin temor de ensayar experiencias que posibiliten encuentros y no
generen exclusión y sufrimiento.
* DUSSEL, Inés. La forma escolar y el malestar
educativo. Clase del posgrado “Psicoanálisis y prácticas
socioeducativas” (FLACSO, 2009).