La práctica… las recetas

Prof.  Daniela Burkhard
 “los docentes no somos ni huellas ni espejos. No se trata de que los demás, los alumnos, sigan nuestros rastros, porque así llegarán a la verdad y menos que se vean reflejados en nuestra superficie, porque así se comprenderán a si mismos. Somos simples señales...no hay  huellas dejadas por la realidad marcando un único camino y de que hay muchos espejismos, que nos ilusionan con poder aposentarnos y dejar de caminar”[1]

     ¿Cuántas veces hemos escuchado a docentes y alumnos diciendo ¿qué hay que hacer para dar bien una clase? ¿Qué recursos, metodología debo utilizar? ¿qué certezas tenemos?
       Parecería que la  enseñanza sería una actividad eminentemente práctica, instrumental, caracterizada por pasos rígidos que el docente debe cumplir para alcanzar los objetivos en el proceso de enseñanza - aprendizaje.
      Enseñar no es transmitir conocimientos sino crear las condiciones para su creación y es, además, un lugar privilegiado de contagio del deseo. El profesor puede transmitir la pasión por el saber, permitir un encuentro con sus alumnos, abrir la puerta para que lo demás pueda suceder.
      Trasmitir pasión, contagiar, implicaría entonces, olvidar que existe una fórmula mágica para enseñar, un método válido para todos lo lugares y contextos, y reconocer que la enseñanza supone acción; no puede deducirse de la teoría, es lo inesperado y lo improbable, es ilimitada e impredecible.
     Por ello, que no existe un único método válido para todo y para todos, y que, por lo mismo, nos encontramos ante el desafío de tener que construirlo. Esta construcción se realiza teniendo en cuenta la especificidad del contenido que queremos trabajar; las características de los sujetos de aprendizaje, es decir, de nuestros alumnos;  y las situaciones y los contextos particulares que constituyen los ámbitos donde ambas lógicas se entrecruzan. Es el docente quien enlaza las intenciones con las acciones en un camino que no está definido de antemano y no es siempre recto.
     Pensar en la forma de llevar a cabo una propuesta pedagógica requiere dejar de lado la idea de un método rígido que establece las pautas de cómo realizar las prácticas de enseñanza. Pensamiento sostenido por las ciencias modernas, que considera al método como una  receta de aplicaciones mecánicas que tiende a excluir a todo sujeto de su ejercicio. Resistir a esto implica buscar nuevas formas que sostengan las propuestas,  un método que habilite el pensar de los sujetos. Por lo dicho, es necesario promover prácticas que permitan construir a los alumnos un pensamiento complejo, que es ante todo un pensamiento que relaciona, el que se nutre de incertidumbres, este pensamiento no rechaza lo simple, el orden, la claridad y el determinismo, sino que es consciente de que son insuficientes para conocer el mundo y el hombre.
     Coincidiendo con Morín  el método es una actividad pensante del sujeto y este se vuelve central y vital cuando hay presencia de un sujeto que busca, que reconoce, que piensa; cuando la experiencia es clara y no equívoca; cuando la lógica pierde su valor perfecto y absoluto; cuando la sociedad y la cultura nos permiten dudar de la ciencia; cuando la teoría está siempre abierta e inacabada; cuando se sabe que la teoría necesita de la crítica y esta de la teoría; cuando hay incertidumbre y tensión en el conocimiento y cuando el conocimiento revela y hace renacer ignorancias e interrogantes.
     Contribuir a esta actividad pensante del método implica además construir teorías no como estructuras teóricas explicativas sino desde una “problematización” ya que el método es la actividad reorganizadora necesaria para la teoría; esto permite romper con las determinaciones teóricas, con las conformidades producidas por las estructuras rígidas.
      El método necesita  para su vitalidad de estrategias que le permitan una constante construcción del conocimiento. Como sostiene Morín, estrategias de explicación, que permitan un proceso abstracto de demostraciones lógicamente efectuadas a partir de los datos objetivos en virtud a una adecuación a modelos; y estrategias de comprensión que  posibiliten un proceso que se mueve en la esfera de lo concreto, lo analógico, la intuición global, lo subjetivo. Mientras que comprender es captar las significaciones existenciales de una situación o de un fenómeno, explicar es situar un objeto o un evento en relación con su origen o modo de producción, su constitución, su finalidad. Ambas acciones deben completarse y controlarse mutuamente y remitirse una a otra en un bucle constructivo de conocimiento, ambas pueden ayudarse a conocerse a través de su conjugación estratégica y su corrección mutua.
    Poner en práctica este bucle constructivo del conocimiento requiere de la responsabilidad de la docencia  de mediar en la construcción del conocimiento, con lo cual este rol se convierte en un lugar de proyecciones e identificaciones, acciones que son necesarias poner en juego para comprender este proceso que es inherente al conocimiento.
      ¿Qué es lo que podemos transmitir? Podemos transmitir la pasión por la búsqueda y la  producción ¿ Si no hay método, ¿ qué tenemos? Este es el lugar o la necesidad de la invención, de la creación en la acción pedagógica, concebida como verdadera experiencia, donde el problema de lo metodológico encuentra algún punto de anclaje para responder a las continuas demandas que sobre él recaen.

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Bibliografía
  • Edelstein Gloria. Un capítulo pendiente: el método en el debate didáctico contemporáneo. Libro: Corrientes didáctica contemporáneas. Comp. De Camilloni, Davini y otros. Editorial Paidós Educador.

  • Morín Edgar. Teoría y Método
  • Gadamer, Hans-Georg. Verdad y método. Ediciones Sígueme, Salamanca, 1993.





[1] Cullen Carlos “Criticas de las razones de educar” Temas de la filosofía de la Educación. Cap.5 Pag.206.Paidos. Buenos Aires.